Cuando Labordeta hablaba, siempre me quedaba callado, como embobado, escuchándolo, porque sabía que algo iba a enseñar, porque era de esas personas que cada palabra que decía estaban repletas de sabiduría, inteligencia y sentido común, así que lo mejor que podía hacerse era callar, escuchar y aprender.
Este es mi pequeño homenaje hacia su figura desde nuestro Moncayo, en forma de fotografía. Hoy los aragoneses nos sentimos un poquito huérfanos, pero llenos de orgullo. Orgullo por pertenecer a la misma tierra que el pertenecía.
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